Uno se podrá olvidar de muchas cosas, pero nunca de las cosas
mágicas que nos pasan en la vida.
1. Hace cuarenta años, con mi hermano Javier y mi papá viajamos a la
ciudad de La Plata. No recuerdo si estaba mi vieja (aunque me atrevo a
asegurar que el guión de esa aventura lo escribió ella). Tampoco me acuerdo qué
fuimos a hacer allá, si era verano o invierno, o si lo que voy a referir sucedió
por la mañana o la tarde. Pero siempre supe que ese fue, junto con las imágenes
del hombre sobre la Luna, un recuerdo grandioso y mágico de mi infancia. Con
Javier -mis otros hermanos no habían nacido-, quisimos saber por qué La Plata se
llamaba La Plata. Mi viejo nos dijo que él tampoco sabía, pero que eso era algo
fácil de averiguar. Y nos alentó a descubrirlo. Bajamos del auto, me aupó y me
ayudó a sacudir la copa de un árbol. Entonces empezaron a caer monedas, muchas
monedas. Tantas que me quise bajar para recogerlas mientras él -mi papá- alzaba
sobre sus hombros a Javi, así yo podía seguir abusando de la generosidad de los
árboles que dan el nombre a la ciudad. Con esa plata compré un montón de
figuritas, salió Fischer y pude completar el álbum de San Lorenzo de
Almagro.
2. En la primaria, mi papá me explicó que era una estupidez
glorificar a las Malvinas. Las islas estaban habitadas por
descendientes de británicos, Inglaterra detentaba la soberanía y se llamaban
Falklands. Por supuesto, yo defendía con mucho entusiasmo las ideas de mi viejo.
En un acto dedicado a las Malvinas Argentinas, la vicedirectora del Cullen, la
señorita Norma Coppa, citó mi argumento como un ejemplo de confusión. Yo me
sentí abochornado e indefenso. Como se sabe, los alumnos no tienen derecho a
réplica. La señorita Coppa no había entendido que yo (abnegado vocero de la
tesis de mi padre) no promovía que las islas fueran propiedad inglesa. Lo que
quería decir es que llamarles Malvinas, y no Falklands, era confundir deseos con
realidad.
3. Mi viejo no era proimperialista. Más bien al revés. De
hecho, ya me había convencido de otra tesis polémica: la relatividad de la
situación geográfica de la Argentina y otros países del mal llamado “Cono Sur”.
No sé si lo dijo con estas palabras, pero él me explicó que si Norteamérica y
Europa estaban “arriba”, era porque los mapas habían sido diseñados por los
dueños del poder. Las fotos tomadas por los astronautas demostraban que en el
espacio no existía el arriba y el abajo. Al tiempo, gracias a Quino, supe que mi
viejo y yo no estábamos solos en el mundo. Libertad, la amiguita progre de
Mafalda, tenía en el cole problemas parecidos a los míos.
4. Podría recordar otros episodios, incluso sin moraleja.
Ejemplos de esas verdades sencillas que están ahí fuera (de la escuela). Que
existe una vida mejor (como disfrutar de un asadito con los amigos). Que cierta
estabilidad económica asegura el futuro de los seres que amamos (que no pueden
ser víctimas de nuestra bohemia). Que dedicarse a lo que uno sabe y le gusta es
mejor que cambiar los ahorros a euros. Que existen pocas cosas más importantes
que seguir nuestros sueños. Que la ternura está en los gestos espontáneos,
inesperados. Que hay que tener cuidado con la madre que elegimos para nuestros
hijos. Que la libertad está al alcance de una palabra dicha con énfasis
(”¡Basta!”).
5. Que hasta el varón mejor plantado se equivoca. Hay muchas
maneras de darse cuenta de que nadie, ni los dioses, son infalibles -aunque
Maledicto pontifique lo contrario-. Una de ellas: buscar verdades por nuestra
cuenta. Toda aventura implica un bienvenido riesgo. Pero a veces tendemos a
olvidar, o a recordar selectivamente, ciertos consejos. Errar es la peor y la
mejor forma de crecer. Despegar es doloroso y el precio de la libertad es meter
la pata. Así, y sólo así, somos dueños de nuestros éxitos y fracasos. De
nuestras felicidades y miserias. Subestimar, desobeceder o transgredir las
opiniones de nuestros padres es uno de nuestros soplos vitales. Lograremos poco:
ellos están ensamblados en nuestros genes. Pero incluso siendo conscientes de
esto debemos cuidarnos de los sentimientos fundamentalistas.
6. Durante estos días de ausencia estuve ocupado
despidiéndome de mi viejo. “Que solo te deja semejante pérdida. Que
sólo te deja la muerte”, me repetía. Entonces, salí a buscar rastros de su magia
y redescubrí a mis hermanos, tres tipos extraordinarios. “Eligió para nosotros a
la mejor madre del mundo”, me respondí. Recordar eso me hizo fuerte: cuando mi
madre murió fui incapaz de dedicarle una sola línea. Ahora puedo escribir sobre
él y, al mismo tiempo, sobre ella. Mis viejos ya no están para hacer llover
monedas de un árbol. Pero admito que puedo equivocarme, a lo mejor todavía andan
por ahí, más cerca de lo que creemos, susurrándonos trucos para conseguir la
figurita que nos falta. Y completar el álbum. La vida guarda sorpresas,
nuevas oportunidades para no extrañarlos tanto. Allá vamos.
“¿Cómo no asociar –estirando los límites de nuestra imaginación–
la emergencia sanitaria local e internacional con aquella nevada mortal que
cambió la existencia de Juan Salvo y del mundo entero? Su onomástico noventa –23
de julio– sirve de pretexto para recordar no sólo su ausencia física (tenida
cuenta su rol en el desarrollo de la historieta argentina y mundial), sino
también al militante, al Oesterheld político, no por controversial menos
admirable. Un espécimen de otra época, tan distante al individualismo y
frivolidad exacerbados de hoy”, escribe el periodista Enrique Fernández Maldonado en el
Diario La República, del Perú. Mariano Chinelli, creador del webzine
dedicado a El Eternauta CONTINUM 4 y activísimo animador de la lista de
correos Eternautas, estaba enojado y con razón: salvo el diario La Gaceta de Tucumán (a propósito de la inauguración
de la muestra “Oesterheld, 90 Años”), ningún otro medio argentino recordó que el
pasado jueves 23 Héctor Germán Oesterheld hubiese cumplido 90 años. Como yo tampoco recordé el aniversario, no voy a decir nada.
Pero cedo el espacio al colega peruano. Que escribe: “En momentos en que la
historieta era hegemonizada por el formato estándar del cómic gringo, la
historia de la invasión extraterrestre, (El Eternauta), supuso una verdadera
revolución en el medio (…) “Oesterheld le cambia el chip a la historieta
argentina: humaniza sus héroes y los presenta como seres que temen, que dudan,
como cualquier mortal. Pero, además, redobla la apuesta: construye un héroe
colectivo cuyo éxito depende del esfuerzo común de personas anónimas,
congregadas en torno a una meta máxima”. Así fue, así es, y así seguirá
siendo. Aunque la memoria, como esas primas traviesas y lejanas, no haya
venido a visitarnos.
El que le
pregunta a Edwin Buzz Aldrin si tuvo celos de Louis Armstrong
(sic) es Ali G,
el raportero interpretado por el actor inglés Sacha Baron
Cohen, más conocido como Borat, nombre de la película y del personaje
–presunto cronista antisemita, misógino e ingenuo de la televisión de
Kazajistán- que visita a los Estados Unidos con el plan de realizar un no menos
supuesto documental para explorar la cultura estadounidense. En este
reportaje desopilante -donde hablan hasta de Michael Jackson-, Ali G le hace al
astronauta una segunda pregunta sensible: “Sé que se lo preguntaron
cientos de veces. Seguramente le molesta pensar en ello. Pero digámoslo de una
vez: Qué le diría a todos esos conspiracionistas que se acercan y le dicen
¿realmente existe la Luna?”. Valga este aperitivo -que desmonta el mito según
el cual Aldrin carece de sentido del humor- para cerrar bien arriba la
Semana Lunar.
Soy agnóstico, pero tengo rituales. Uno de ellos es almorzar al
menos una vez al mes con mi amigo, el escritor Daniel Riera. Este mediodía
hablamos, entre otras cosas, de pelotudos. Los que más bronca me dan,
le dije, son los latentes. Uno se autoengaña: tiene que darse alguna situación
-un diálogo, una idea, un conflicto- para descubrirlos. A veces lleva cierto
tiempo darse cuenta. De regreso a casa recordé a Fontanarrosa. De cuando en
el Congreso Internacional de la Lengua develó el secreto de la
fuerza de la palabra pelotudo. También recordé mi propia resistencia a
usar el adjetivo cuando me referí a unas sonadas declaraciones de José
Pablo Feinmann. El escritor había dicho: “cualquier pelotudo tiene bloc”
(sic). El epíteto me pareció elitista y petulante. Pero, sobre todo, excesivo.
Tanto que en mi comentario lo reemplacé por “boludo”. Y “bloc” por “blog”.
En fin, cosas de uno.
EL EFECTO BUMERANG. El tema me llevó a otra reflexión. Los
insultos muy agresivos tienen un efecto kármico; para usarlos, tenés que
estar seguro de que el sayo no te cabe: te puede pegar en la
nuca. De regreso a casa también pensaba en releer una nota cuyo
enlace me envió Diego Golombek, doctor en Biología, escritor y voz cantante
del dignísimo Proyecto G, el programa que emite Canal Encuentro. El
artículo, titulado El triunfo de la virtualidad absoluta, publicado en
Página/12 el pasado 20 de julio, es una de las defensas más vehementes
jamás escritas sobre el “engaño lunar”. Su autor, en nombre de “su amigo”, el
finado Jean Baudrillard, dice que con la noticia del alunizaje
“triunfó el show sobre la realidad”. Esa nota constituye una paradoja
perfecta de la “virtualidad” que denuncia el columnista: inventa una
escenografía surrealista –acaso inspirada en la parodia Operación Luna- sobre cómo el poder tramó un falso
alunizaje para llegar a la siguiente conclusión:
“Señores, ustedes no fueron a la Luna y eso me parece mucho más admirable
que si mediocremente, realmente, sumidos en la tosca realidad-real hubieran
ido. Pero no fueron. Crearon todo el gran relato. Demostraron que la entera
humanidad puede ser engañada. Crearon la nueva era. La del poder de lo virtual
mediático.” (Leer aquí la nota
completa).
Hacia el final, el articulista asegura que están dadas las condiciones
para que, en el 2011, Francisco De Narváez “dé su discurso de final de campaña
desde Saturno”, ya que este señor, a quien vislumbra dueño de las nuevas
tecnologías comunicacionales, “será Dios”. Y todo el mundo le creerá. El
paciente lector se preguntará a quién pertenecen conclusiones que subestiman tan
profundamente la inteligencia popular. Bien: su autor es el mismísimo filósofo
presidencial, José Pablo Feinmann. El efecto bumerang se había cobrado
una nueva víctima.
Duelo callejero entre un astronauta y un conspiranoico
obsesionado: el día que Buzz Aldrin se quitó las ganas con los detractores del
alunizaje.
Lo digo tan seguido que me aburro, pero es así: ¿para qué tergiversar la
realidad si ésta es mucho más divertida que la ficción? El 9 de septiembre de
2002, Bart Sibrel, un periodista y camarógrafo obsesionado con lo que para él
son pruebas de que ningún hombre estuvo en la Luna, persiguió a Edwin Buzz
Aldrin, el compañero de Neil Armstrong en la primera caminata lunar, con
una Biblia en la mano. “¡Jure que llegó a la Luna!”, exigió frente al hotel Luxe
en Beverly Hills, California. Aldrin, que ya conocía al personaje, intentó
zafarse. Sibrel persistió y cuando vio que no iba a obtener nada del astronauta,
lo toreó: “¿Usted anda diciendo por ahí que estuvo en la Luna, aunque nunca
estuvo? Usted es un cobarde, un mentiroso y un ladrón”. Acto seguido, el brazo
de Aldrin catapultó un directo hacia la mandíbula de Sibrel. La historia no
acaba aquí. Del video circula una versión corta, publicada en canales de Youtube
como Alien Truth, que victimizan a Sibrel, y otra larga, la
difundida en 2002 por los noticieros. La primera versión, que dura escasos
segundos, sólo muestra la escena final: el derechazo parece una respuesta
intolerante e irreflexiva. En la segunda (reproducir video de
arriba) se advierte que Aldrin había soportado estoico el acoso de
Sibrel, antes de que sus testículos implotaran.
OPERACIÓN LUNA. El 20 de julio pasado dos
bloggers españoles (mis amigos Luis Alfonso Gámez y Moisés Garrido) invitaban a sus coterráneos a no perderse en
España el docuficción Operación Luna (William Karel, 2002), una parodia
extrema de las películas filmadas por quienes insisten que la NASA nunca puso un
hombre en la Luna. Yo creía que me lo iba a perder, pero un lector de Magia
Crítica me sugirió que visitara Crítica TV, en la portada de Crítica Digital. Allí me
esperaban dos fragmentos de Operación Luna. El lector había caído como
un chorlito (en la
sección comentarios del post anterior dejó asentada su indignación), y no
era para menos. Es cuestionable que Crítica Digital no agregara el
título original de esta película (que sigue en el
ranking de los videos más vistos): hubiera sido más fácil descubrir que es
una parodia, pese a que la han colgado incompleta. Aún así, me pregunto: ¿qué es
mejor? ¿Decepcionarse o arruinar el efecto sorpresa? La tesis del falso
documental es que el alunizaje fue un montaje dirigido por Stanley Kubrick,
director de 2001: una odisea en el espacio (1968). En la película de
Karel desfilan los principales funcionarios norteamericanos presuntamente
implicados en el fraude, como el astronauta de la Apolo XII Buzz Aldrin; el
ex-secretario de Estado Henry Kissinger; el ex-director de la CIA Richard Helms;
el ex-secretario de Defensa Donald Rumsfeld; y hasta Christiane Kubrick, viuda
de Stanley. Ninguno de ellos sabía que sus testimonios iban a ser
tijereteados para construir un acontecimiento inexistente. Otros
estaban menos enterados todavía, ya que las entrevistas fueron tomadas de
películas ajenas. Karel sólo sumó siete falsos testigos y una actriz que se
fingió ex secretaria de Nixon. Sus relatos -convenientemente guionados-
conectaron con el de otras caras parlantes para dar coherencia y credibilidad al
falso documental. Lo únicos fragmentos de “no ficción” fueron –paradójicamente-
material cedido por el pintoresco escéptico lunar, el mentado Bart
Sibrel. ¿Qué salió de ese entretejido? Que un mundo incauto había sido
engañado por ese joint venture surrealista (piénselo un momento, ¡Nixon
asociado a Kubrick!). El objetivo del film no era convencer a nadie de que el
alunizaje había sido un fraude ni de lo contrario. Karel dice que quiso demostrar que no hay que creer en todo lo que
se cuenta, y lo fácil que resulta “falsificar archivos y tergiversar
cualquier tema en base a falsedades”. En suma, el engaño no era de la NASA sino
del documentalista, y las engañadas no habían sido las masas sino los
espectadores del documental.
¿ES OBVIO QUE ESTUVIMOS? Así como algunos
minimizan el impacto de la travesía de la NASA a la Luna, otros desprecian a
quienes descreen de ella. “Es una idiotez explicar lo obvio”. Y no, a veces no.
A veces es necesario argumentar (como lo hacen aquí con las ideas débiles y antojadizas de
Sibrel.) Hagámoslo brevemente: si hubiese existido una “conjura de
silencio” para ocultar las pruebas de un falso alunizaje, entre los cómplices
habría que sumar 435 mil personas, que fue el personal afectado al programa
Apolo -entre empleados de la NASA, universidades y empresas privadas-. ¿Cuántos
de ellos fueron extras? ¿Acaso todos fueron engañados? El costo para mantener a
todas esas bocas cerradas, sin filtraciones, deberían ser más altos que enviar
un cohete a la Luna. No sólo eso: del complot también debió participar el
principal adversario de los Estados Unidos, la Unión Soviética. Pero la potencia
espacial -más interesada que nadie en denunciar un supuesto fraude- aceptó
enseguida que la NASA llegó primero. Con todo (por más fotos, films,
experimentos y rocas que existan), el homo-conspiranoicus siempre
tendrá alguna excusa para desconfiar: las suspicacias exageradas son llamas
inextinguibles. Hace poco, el físico español Eugenio Fernández Aguilar publicó
La conspiración
lunar ¡vaya timo! (Laetoli, 2009), un libro que analiza y argumenta
contra 50 hipótesis que pretenden demostrar que el hombre no llegó a la
Luna.
¿Pueden estas iniciativas contrarrestar las visiones
conspirativas? Difícil: la mayoría de los que adhieren a ellas no compran libros
que contradigan sus creencias y tienen muchas razones, incluso buenas, para
desconfiar. El rumor de que el alunizaje fue un engaño no existiría sin esa
desconfianza. La era de la caza de brujas del macartismo, las teorías paranoicas
sobre el asesinato de John F. Kennedy, las derivaciones del caso Watergate y el
recelo que suscitaba toda información sospechosa de promover el liderazgo
estadounidense, sin duda oxigenaron el rumor. Pero uno de los más notables
trampolines para que el mito de la “teatralización lunar” prosperase fue
otro film, Capricornio Uno (Peter Hyams, 1978), según el cual la NASA
canceló su misión a Marte por problemas técnicos y decidió seguir adelante
montando en un set de televisión un falso amartizaje. En aquella película, que
no alegaba basarse en hechos reales ni mucho menos, los astronautas colaboraron
con la farsa amenazados: sus familias serían asesinadas. Para evitar el
desmadre, la CIA decide eliminarlos. En el docuficción Operación Luna,
Kubrick vive aterrorizado por el acoso de la CIA, que al final lo mata.
PARODIAS HIPERREALISTAS. Casi sin proponérselo,
en 1938 Orson Welles agitó a sus oyentes y a los Estados Unidos con su simulacro
radial de una invasión marciana. Sesenta años después, el artista catalán Joan
Fontcuberta concretó el proyecto Sputnik: la falsa biografía de Ivan
Istochnikov, un supuesto cosmonauta ruso perdido en el espacio cuya historia
había sido borrada por los jerarcas soviéticos. Uno podría pensar que la
experiencia, el paso del tiempo y la reiteración de tropezones fortalecen el
juicio de la gente, o la inmuniza de caer en ciertas trampas. Pero el montaje
fotográfico de Fontcuberta engañó a Iker
Jiménez, quien lo dio por bueno en su programa Cuarto Milenio. El viaje a la Luna volvió a ser
objeto de parodia en el filme pseudohistórico First on the Moon (2005),
donde Alexey Fedorchenko presentó las “pruebas” de que la Unión Soviética había
llegado a la Luna treinta años antes que los Estados Unidos.
En nuestro país, la más expresiva denuncia sobre las perversiones del proceso
de edición fue La era del ñandú (Carlos Sorín, 1986), una biografía
apócrifa del doctor Kurz, inventor de la Bio-K2, una supuesta droga
rejuvenecedora que había enloquecido a los argentinos en los años cincuenta y
giraba, sin siquiera mencionarlo, alrededor de la histeria que desató la panacea
anti-cáncer de la época: la crotoxina. De aquel apócrifo, realizado para la televisión del estado,
pasaron 23 años, y sospecho que si se volviera a emitir muchos se preguntarán si
la pócima del ñandú no habrá existido en realidad, porque el film también devela
que el
éxito de ciertos fraudes sólo es posible gracias a la desmemoria. Pero el
documental de Sorín, hasta donde yo sé, nunca se volvió a dar. Tal vez, por
exceso de competencia: en la Argentina, la falta de límites entre lo verdadero y
lo falso, entre la aproximación a la realidad y la representación ficcional,
aparece a diario por televisión. Pero el género es otro, no es parodia ni
denuncia sino menefreguismo. Lisa y llana desvergüenza.
ALUNADOS. ¡Ay, Luna! Tan bella, lejana y a la vez
tan cerca de las fantasías humanas. Hoy los diarios hablan de ti, Luna. De otro
día como hoy hace cuarenta años, cuando Armstrong y Aldrin te pisaron por
primera vez. De lo que significó aquella huella, su fotografía y el aroma a
pólvora quemada de la arena pegajosa que recubre tu suelo desolado. De lo que
pensamos cuando te vimos de cerca por primera vez. De lo mucho, poquito o nada
que aportaron los 382 kilos de rocas que aquellos militares con escafandra -casi
sin rostro, o con rostros robotizados- trajeron de ti para analizarte. De lo
alunados que quedamos los que entonces éramos niños. Que de tanta mirada
insistente dejamos de ver un agujero de luz en la noche y empezamos a descubrir
a Bugs Bunny con un palo. Nuestra primera pareidolia.
LUNÁTICOS. A fines de los 60 no estaba de moda
imaginar selenitas, pero pronto iba a crecer la sombra de la conspiración. El
uso del adjetivo lunático mutó y comenzó a aplicarse entre los que recogieron la
siembra de un rumor, y denunciaron que a ti, Luna, no te alunizaron. Que fuiste
escenario de un montaje hollywoodense, un número para los que te vieron por
tevé. Dos tipos audaces, Bill Kaysing, ex empleado de un contratista del proyecto
Apolo, y Bart Sibrel,
camarógrafo, repitieron tantas veces que el alunizaje fue una teatralización que
la idea del engaño lunar minó la confianza de millones de jóvenes alejados del
conocimiento que hace al alunizaje un hecho histórico evidente.
ALUNIZADOS. El 20 de julio de 1969 (cuando en
Houston eran las 15:17), se posaba sobre el Mar de la Tranquilidad el módulo
espacial Águila. Cinco horas y media después -es decir, cuando para medio mundo
ya era el 21 de julio- Neil Armstrong y Buzz Aldrin daban sus históricos
saltitos sobre la superficie lunar. Cerca 600 millones de personas asistieron a
un espectáculo que pretendía obtener un rédito estratégico, pero que colmó de un
sentimiento de maravilla a varias generaciones. Ahora es fácil minimizar aquella
alquimia geopolítica perorando sobre los motivos reales: la Guerra Fría, los
afanes de supremacía de cada potencia, en suma, el mismo liderazgo que ahora Obama trata de recomponer. Pero para llegar hasta
allí decenas de miles de cerebros convergieron en un proyecto -el programa
Apolo- que concretó una de las más monumentales proezas nunca antes alcanzadas
por la especie humana. El imaginario científico rozó el clímax, como sucede cada
vez que la ciencia sobrepasa a la ficción, y fuerza a la imaginación a mejorar
la apuesta.
VIAJES ROCOCÓ. Los astronautas no llevaban el
casco de las Naciones Unidas. Eran, innegablemente, norteamericanos. Pero
alcanzar la Luna era una meta que desbordaba épocas y banderas. Desde entonces
pasaron ríos y siglos de sueños. Como los de Plutarco, que en
el siglo II imaginó al satélite natural de la Tierra anegado de flores y
animales gigantes, o el primer viaje del escritor sirio Luciano de
Samosata, quien le puso alas de ave a un filósofo ateo y lo hizo volar desde
el monte Olimpo hasta la Luna, a la que descubrió habitada por espíritus, o en
una voltereta de ficción alucinada enfiló hacia nuestro satélite en un barco
arrastrado por una tromba marina y, ya en destino, descubrió que entre los
selenitas existe el matrimonio gay y el embarazo masculino, cuyos críos nacen
por la pantorrilla. O los de John Wilkins, fundador de la Royal Society, diseñador de un
navío a motor cubierto con plumas de ganso, quien quiso llevar a los ingleses a
la Luna en 1638. O del legendario Cyrano de Bergerac, cuando en 1650 llevó a la estratósfera a
un piloto impulsado por frascos llenos de rocío, o máquinas que lanzaban imanes
al cielo para atraer a la nave y otras tecnologías más cómicas que anacrónicas.
Para no hablar de las profecías de Julio Verne, quien precisó cien años antes que nadie quiénes, dónde y cuántos días duraría el viaje a la Luna.
ALUCINADOS. Llegar a la Luna no era solamente
“llegar a la Luna”. Era también sacarse de encima las dudas diseminadas por el
New York Sun, por ejemplo. En agosto de 1835, ese diario publicó una
serie de artículos sobre los supuestos descubrimientos del astrónomo John
Herschel (convenientemente trabajando en Sudáfrica), quien con su telescopio
habría divisado “nítidas amapolas, flores multicolores e idílicos lagos azules
con bisontes y unicornios pastando” y hasta “murciélagos humanoides” sobre la
superficie lunar. El Sun agotó 19 mil ejemplares, casi un
precalentamiento de lo que el inglés Ray Santilli lograría con la muñecopsia de Roswell 160 años después. El engaño
fue atribuido al periodista inglés Richard Adams
Locke -descendiente del filósofo John Locke-, pero ni él ni el
periódico se hicieron cargo del fraude. Bien entrado el siglo XX, llegar
a la Luna también era buscar al monolito extraterrestre que previeron Arthur C.
Clarke y Stanley Kubrick en 2001, odisea del espacio; o
acercarse a las promesas de coexistencia interestelar vaticinadas en Star
Trek. Lanzar el Saturno V, ese monstruo de metal de casi 3 mil
toneladas, costó 681 millones de dólares. Por entonces, nadie pensaba en cuántas
bocas hambrientas podía calmar ese dinero. Pocos se sustraían al influjo de
aquellas imágenes. Pese a Vietnam -que mostraba, apenas, la realidad- el
programa Apolo era un símbolo de progreso, paz y futuro.
COMPLOT HEAVY. En total, el programa
lunar tripulado de la NASA visitó a la Luna seis veces, transportando a doce
astronautas norteamericanos, quienes recorrieron 95 kilómetros a pie o en jeeps,
transmitieron al mundo cientos de horas de imágenes televisadas, tomaron más de
30 mil fotos, instalaron instrumentos para efectuar 60 experiencias científicas
(entre ellos reflectores láser que permitieron medir con extraordinaria
precisión la distancia entre la Tierra y la Luna) y regresaron con 382 kilos de
roca extraterrestre, que se tradujeron en miles de páginas en publicaciones
científicas que aportaron nuevos datos sobre la composición del suelo
lunar. La evidencia del alunizaje -de los alunizajes- es abrumadora. Sin
embargo, para millones de personas sigue siendo “el mayor engaño del que ha sido
víctima la Humanidad”. Curiosa paradoja: el acontecimiento mejor documentado del
siglo XX pasaba a ser el más lujoso y efectivo despliegue de efectos especiales
de todos los tiempos. ¿Como no íbamos a creer, décadas después, en
conspiraciones aún más extrañas?
A juzgar por las primeras respuestas, mi trabajo -elegir la mejor- será
difícil, pero extraordinariamente divertido. Podés participar hasta el 21
de Julio de 2009.
Si querés leer comentarios sobre Invasores, entrá acá. Si
te pica la curiosidad o querés bajar la carátula de la banda sonora del libro,
descargá el pdf desde aquí.
En los últimos años surgió una corriente de pensamiento que
descubre vestigios de religión en todas partes. Una de las puntas de lanza de la
tendencia ha sido el
cine de ciencia ficción y fantasía. Así, una constelación de fuerzas
sobrenaturales, mágicas y divinas reaparecen en sagas como The Matrix,
Las Crónicas de Narnia, Harry Potter, El Señor de Los
Anillos, pero también en Viaje a las estrellas y en La guerra
de las galaxias. En tiempos de zozobra también flota la sensación de que
una era llega a su fin. Por lo mismo, emerge un desfile incesante de películas
catastrofistas. El tiempo pasa, aumenta la percepción de que las agujas del
reloj corren más rápido (es que nos vamos poniendo viejos) y el Apocalipsis,
sobre todo el personal, es una sombra que espera a la vuelta de una esquina.
LA RELIGIÓN “VERDADERA”. Todo este material viene
bien para reflexionar sobre el papel de la religión en nuestra cultura, y la
forma que ésta evolucionará en el futuro. Así consideró a la saga de George
Lucas el sociólogo William Sims Bainbridge en su obra The sociology of
religious movements. “La Guerra de las Galaxias establece una
clara concepción de lo que la religión será en el futuro lejano. La Fuerza no es
un dios, pese a ser claramente sobrenatural. Los Ewoks confundieron a C-3PO con
un dios y lo adoraron como una deidad dorada porque eran parte de una sociedad
primitiva. En las zonas civilizadas de la galaxia se había extinguido la
religión, que sólo persiste entre salvajes y sólo un milagro real podría
restituirla”, escribe. Según Bainbridge, alguna gente cada vez le
reclama “más fuerza” a la religión. Sigue: “En las sociedades
tecnológicas avanzadas, la religión morirá, a menos que sus creencias resulten
literalmente verdaderas. Sólo la efectiva intervención de lo sobrenatural puede
salvar la religión de la ciencia”.
En suma, disfrutemos del cuento. Pero, ya que estamos,
aprovechémoslo para pensar. No sé si valdrá la pena visitar Star Wars: The
Exhibition, en el Centro Cultural Recoleta, con estas ideas en mente. A
lo mejor sí, porque allí no sólo encontrarán naves en tamaño real, trajes,
bocetos, personajes y 250 piezas originales del universo de La guerra de las
galaxias. También funcionará una Escuela Jedi. Si deseamos
introducir a nuestros niños en la filosofía Jedi, que se vuelvan seres sensibles
a la Fuerza y sean aceptados en la Orden, hay que prepararse. Dice Bainbridge
que La Fuerza -un campo de energía que impregna toda la galaxia- se parece mucho
a las creencias sobrenaturales que vienen. A lo mejor, es la última esperanza
para derrotar a la gripe porcina y otras calamidades.
No hay que fantasear demasiado: algunos ya están aplicando Reiki para combatir la pandemia.
Star Wars: The Exhibition. En el Centro Cultural Recoleta (Junín
1930). De martes a viernes, de 9 a 21, sábados y domingos, de 10 a 22. Valor
de la entrada: $35
Escrito por Alejandro
Agostinelli | en BITÁCORA
PARANORMAL Miércoles Jul 8, 2009
Últimas imágenes de la sonda Kaguya, lanzada por la Agencia Japonesa de
Exploración Aeroespacial. La nave acabó estrellándose en la superficie lunar el pasado 10 de
junio.
Tenía 79 años y el corazón golpeado. Se llamaba Alva John Kiehle,
pero se hizo conocido en todo el mundo con el seudónimo que usó toda la vida, John Keel. Había nacido el 25 de marzo de 1930 en Nueva York y
allí lo conocí, gracias al periodista José A. Huneeus, en 1983. A los 16 años fue cronista del
New York Times y admiraba a Charles Hoy Fort (1874-1932) cuando todavía no sabía que iba a
ser su heredero. En 1952 ya se había enfundado el traje de cazador de platos
voladores y fue uno de los primeros periodistas radiales que pasó una noche
dentro de la Pirámide de Gizeh para transmitir sus vivencias en directo.
Enseguida emprendió una gira que lo llevó del Nilo al Ganges, donde investigó
los trucos de los fakires, y peregrinó por el Tibet tras las huellas del Yeti.
Metido a ufólogo, sus libros impactaron entre los ufólogos de la época, como
Operación Caballo de Troya (título luego vampirizado por J.J. Benítez) y El enigma de las extrañas criaturas
(Ed. ATE, Barcelona, 1981). DOBLE RASERO. Sus creencias
tenían dos filos: por un lado, le perseguía la idea de que “alguien” (jamás
decía quién o quiénes) “nos quiere hacer creer en extraterrestres”: y, por el
otro, denunciaba los bucles de razonamiento conspirativo de sus colegas, que
veían contubernios militares por todas partes, o empezaban a hacer un uso
peligroso de la hipnosis en los casos de abducción. A la vez, cuando
entrevistaba a testigos de ovnis, creía en asuntos bien difíciles de creer.
“Varios testigos de cosas insólitas -me dijo en 1986- tuvieron síntomas de enfermedades venéreas,
como infecciones en la próstata (…) he descubierto a mujeres que casi siempre
estaban en su período menstrual”. Cuando le pregunté si estaba sugiriendo cierta
clase de vampirisimo, no sólo me dijo que sí. Citó el caso de un ovni que asedió
a una ambulancia “llena de sangre fresca”. Cualquier cosa que esto pudiera
significar, ya que él había abandonado la hipótesis extraterrestre en
1967. LEYENDA APOLILLADA. Bajo la dirección de Mark
Pellington y Richard Gere en el papel del periodista “John Klein”, en el 2002 se
estrenó el film basado en su obra, The Mothman Prophecies (Las Profecías del Hombre
Polilla, 1975). Una criatura de ojos rojizos que -si alguien los miraba- “estaba
condenado a morir en seis meses”. Julio Arrieta, a propósito de sus historias,
se preguntaba: “¿Keel es sólo un caradura o realmente se cree las tonterías que
dice?”. No tengo ninguna evidencia aparte de la charla que mantuvimos hace
25 años. Para mí, Keel creía honestamente en sus historias. Propongo que cada
vez que dejemos una bolita de alcanfor en el ropero, le dediquemos un
pensamiento al maravilloso John Keel. Que en paz descanse.
Enlaces
John A. Keel Has Died, en Cryptomundo. Por Loren Coleman
El lanzamiento de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la
Argentina tuvo efectos colaterales, la mayoría de ellos felices, otros no
tanto. Eso sí, casi todos fueron divertidos. De las entrevistas radiales, dos se
destacan de las demás. Los motivos también son dos: fueron realizadas por
dos entusiastas lectores del libro, Luis Alfonso Gámez (en el espacio que tiene
con Javier San Martín en Protagonistas Bizkaia, en Punto Radio Bilbao,
España), y Yohanan Díaz (Punto Cero Radio, México), y ambas también se pueden
escuchar online. La nota de Luis Alfonso surgió a partir de una polémica que se desató en España. El colega de El
Correo me llamó interesado en nuestra revisión del famoso caso del cabo
Armando Valdés Garrido, un militar chileno que, hace poco más de treinta años,
declaró haber sufrido una experiencia de “tiempo perdido” durante una guardia
nocturna en Pampa Lluscuma, cerca de Putre, en el norte de Chile. Brevemente,
el 25 de abril de 1977 Valdés pasaba la noche con siete conscriptos refugiándose
del frío en una caballeriza. La histeria de esa madrugada comenzó cuando vieron
una, luego dos luces que no lograron identificar. Valdés fue hacia la luz y
desapareció 15 minutos. Luego regresó en una suerte de trance, balbuceando
“Nunca sabrán quiénes somos ni de dónde venimos, pero pronto volveremos”. Horas
después, los soldados descubrieron que su barba estaba crecida y el reloj
adelantaba cinco días. Esta increíble historia -repleta de detalles novelescos,
ahora imposibles de desarrollar- iba a ser parte de Invasores, pero
quedó fuera cuando el libro quedó acotado a historias argentinas.
¡QUÉ MENTIROSOTE, IKER! Hace algunas semanas, el cabo Valdés
fue entrevistado “en exclusiva” por Iker Jiménez en su programa Cuarto Milenio. En las promociones y cada vez que
pudo, Jiménez dijo que la suya era “la primera entrevista en una década”. Para
llevar su charla hacia donde le interesaba hizo lo posible por adobar el
misterio, como suplicando a Valdés que conservara la versión que tanto jugo dio
durante décadas. Jiménez no sólo ensalzó el misterio. También fue al
ataque. En el tercer bloque del programa (ver más arriba, a los 10’
10”), dice: “algunos periodistas han dado entender que fue todo una confusión,
que usted fue a hacer sus necesidades, que usted ha hecho una broma a sus
propios soldados”. Valdés se va por la tangente y el pícaro animador no
repregunta, compra el misterio. El conductor de Cuarto Milenio
daba rodeos, le costaba abordar el punto porque -si hubiese sido veraz- se
hubiera visto obligado a reconocer que su “exclusiva” era una
mentirijilla más, una de las tantas que hay en su programa.
Hace menos de dos años -el 25 de noviembre de 2007-, con el
periodista chileno Diego
Zúñiga entrevistamos a Valdés en la ciudad de Temuco, en el sur de Chile. El
reportaje se publicó en Más Allá (para saber más, descargar
pdf), revista cuyo consejero editorial es el escritor Javier Sierra. Nosotros no
levantamos a Valdés cargo alguno sino que publicamos sus declaraciones. Valdés,
en una entrevista agradable y distendida, nos confió el módico enigma de su
desaparición: se había alejado para ir a orinar y luego permaneció sobre
una muralla, observando desde cierta altura a las luces y a los
soldados, aterrorizados. Los más interesados podrán escuchar el fragmento clave
de la entrevista aquí:
De Iker Jiménez podría decir otras cosas, pero, en este caso la ingratitud
también duele: gracias a nuestra entrevista supo que Valdés estaba nuevamente
disponible. Y así fue como decidió enviar a sus productores a Chile. Sin
embargo, despreció la revelación clave de aquella nota, sin tomarse molestias
elementales, como consultarnos o pedir el audio de nuestra entrevista, en el
peregrino caso de que hubiese querido salir de dudas. Pero pareciera
que, a veces, interesarse en corroborar versiones anteriores es algo así como
esperar sinceridad de un vendedor de coches viejos. Jiménez, y sobre
todo Valdés, saben qué sucedió durante aquel famoso tiempo perdido.
“Conocen el final del cuento”, como le digo a Gámez. Y ambos “hacen como que
no”.
Habiendo tantos enigmas interesantes, Jiménez opta por perpetuar un falso
misterio. La gran tontería es subestimar al espectador. Jiménez, y acaso también
Valdés, cree que “el show debe continuar”, cuando no hay nada más placentero que
aflojar la vejiga y enfrentar la realidad, siempre más atractiva, emocionante e
instructiva que la ficción. Yo sé que es poco formal, ¡pero hay que ser adoquín!
¿No creen?